GABRIEL GARCIA MARQUEZ
Gabriel García Márquez
La
infancia mítica
Gabriel García
Márquez nació en Aracataca (Magdalena) el 6 de marzo de 1927. Creció como niño
único entre sus abuelos maternos y sus tías, pues sus padres, el telegrafista
Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez, se fueron a vivir, cuando el
pequeño Gabriel contaba sólo cinco años, a la población de Sucre, en la que don
Gabriel Eligio abrió una farmacia y Luisa Santiaga daría a luz a la mayoría de
los once hijos del matrimonio.
Los abuelos de
García Márquez eran dos personajes bien particulares y marcaron el periplo
literario del futuro Nobel: el coronel Nicolás Márquez, veterano de la guerra
de los Mil Días (1899-1902), le contaba a Gabriel infinidad de historias de su
juventud y de las guerras civiles del siglo XIX, lo llevaba al circo y al cine,
y fue su cordón umbilical con la historia y con la realidad. Doña Tranquilina
Iguarán, su cegatona abuela, pasaba los días contando fábulas y leyendas
familiares, mientras organizaba la vida de los miembros de la casa de acuerdo
con los mensajes que recibía en sueños: ella fue la fuente de la visión mágica,
supersticiosa y sobrenatural de la realidad. Entre sus tías, la que más lo
marcó fue Francisca, quien tejió su propio sudario para dar fin a su vida.
Gabriel García
Márquez aprendió a escribir a los cinco años, en el colegio Montessori de
Aracataca, con la joven y bella profesora Rosa Elena Fergusson, de quien se
enamoró: fue la primera mujer que lo perturbó. Cada vez que se le acercaba le
daban ganas de besarla, y sólo por el hecho de verla iba con gusto a la
escuela. Rosa Elena le inculcó la puntualidad y el hábito de escribir
directamente en las cuartillas, sin borrador.
García Márquez (centro) con parte de sus hermanos (Aracataca, 1935)
En ese colegio
permaneció hasta 1936, cuando murió el abuelo y tuvo que irse a vivir con sus
padres al sabanero y fluvial puerto de Sucre. De allí pasó interno al Colegio
San José de Barranquilla, donde a la edad de diez años ya escribía versos humorísticos.
En 1940, gracias a una beca, ingresó en el internado del Liceo Nacional de
Zipaquirá, una experiencia realmente traumática: el frío del internado de la
Ciudad de la Sal lo ponía melancólico y triste. Embutido siempre en un enorme
saco de lana, nunca sacaba las manos por fuera de sus mangas, pues le tenía
pánico al frío.
Durante los seis cursos que pasó en el Liceo de
Zipaquirá, hubo de recorrer al menos dos veces al año, en barco de vapor, el
río Magdalena, principal arteria fluvial del país; esta experiencia, acaso la
última remarcable, y sobre todo aquella asombrada primera infancia en Aracataca
hasta los nueve años, con el incontenible aluvión de historias y leyendas oídas
de sus abuelos y sus tías, configuran el substrato mítico del que García Márquez
partiría para la composición de Cien años de soledad y la mayor parte de su obras.
En Zipaquirá tuvo como profesor de literatura,
entre 1944 y 1946, a Carlos Julio Calderón Hermida, a quien en 1955, cuando
publicó La hojarasca, le obsequió con la siguiente dedicatoria: "A
mi profesor Carlos Julio Calderón Hermida, a quien se le metió en la cabeza esa
vaina de que yo escribiera". Ocho meses antes de la entrega del Nobel, en
la columna que publicaba en quince periódicos de todo el mundo, García Márquez
declaró que Calderón Hermida era "el profesor ideal de Literatura".
En los años de
estudiante en Zipaquirá, Gabriel García Márquez se dedicaba a pintar gatos,
burros y rosas, y a hacer caricaturas del rector y demás compañeros de curso.
En 1945 escribió unos sonetos y poemas octosílabos inspirados en una novia que
tenía: son uno de los pocos intentos del escritor por versificar. En 1946
terminó sus estudios secundarios con magníficas calificaciones.
Estudiante de leyes
En 1947, presionado por sus padres, se trasladó a
Bogotá para estudiar derecho en la Universidad Nacional, donde tuvo como
profesor a Alfonso López Michelsen y se hizo amigo de Camilo Torres Restrepo. La capital del país fue para García Márquez la
ciudad del mundo (y las conoció casi todas) que más lo impresionó, pues era una
ciudad gris, fría, donde todo el mundo se vestía con ropa muy abrigada y negra.
Al igual que en Zipaquirá, García Márquez se llegó a sentir como un extraño, en
un país distinto al suyo: Bogotá era entonces "una ciudad colonial, (...)
de gentes introvertidas y silenciosas, todo lo contrario al Caribe, en donde la
gente sentía la presencia de otros seres fenomenales aunque éstos no estuvieran
allí".
Los estudios de leyes no eran propiamente su
pasión, pero logró consolidar su vocación de escritor. El 13 de septiembre de
1947 publicó su primer cuento, La tercera resignación, en el número 80 del suplemento Fin de Semana del
rotativo El Espectador, dirigido por Eduardo Zalamea Borda. Zalamea, que
firmaba sus columnas con el pseudónimo de Ulises, escribió en la presentación
del relato que García Márquez era el nuevo genio de la literatura colombiana;
las ilustraciones del texto estuvieron a cargo de Hernán Merino. A las pocas
semanas apareció un segundo cuento: Eva está dentro de un gato.
El 9 de abril de 1948 fue asesinado el líder de la
oposición, Jorge Eliecer Gaitán; los violentos desórdenes que ese mismo día
asolaron la capital (en una jornada de revuelta conocida como el
"Bogotazo") fueron la causa de que la Universidad Nacional cerrara
indefinidamente sus puertas. García Márquez perdió muchos libros y manuscritos
en el incendio de la pensión donde vivía y se vio obligado a pedir traslado a
la Universidad de Cartagena, donde siguió siendo un alumno irregular. Nunca se
graduó, pero inició una de sus principales actividades periodísticas: la de
columnista. Manuel Zapata Olivella le consiguió una columna diaria en el recién
fundado periódico El Universal.
El Grupo de Barranquilla
A principios de los
años cuarenta comenzó a gestarse en Barranquilla una especie de asociación de
amigos de la literatura que se llamó el Grupo de Barranquilla; su cabeza
rectora era don Ramón Vinyes. El "sabio catalán", dueño de una
librería en la que se vendía lo mejor de la literatura española, italiana,
francesa e inglesa, orientaba al grupo en las lecturas, analizaba autores,
desmontaba obras y las volvía a armar, lo que permitía descubrir los trucos de
que se servían los novelistas. La otra cabeza era José Félix Fuenmayor, que
proponía los temas y enseñaba a los jóvenes escritores en ciernes (Álvaro
Cepeda Samudio, Alfonso Fuenmayor y Germán Vargas, entre otros) la manera de no
caer en lo folclórico.
Gabriel García
Márquez se vinculó a ese grupo. Al principio viajaba desde Cartagena a
Barranquilla cada vez que podía. Luego, gracias a una neumonía que le obligó a
recluirse en Sucre, cambió su trabajo en El Universal por una columna diaria en
El Heraldo de Barranquilla, que apareció a partir de enero de 1950 bajo el
encabezado de "La jirafa" y firmada por "Septimus".
En el periódico barranquillero trabajaban también
Cepeda Samudio, Vargas y Fuenmayor. García Márquez escribía, leía y discutía
todos los días con los tres redactores; el inseparable cuarteto se reunía a
diario en la librería del "sabio catalán" o se iba a los cafés a
beber cerveza y ron hasta altas horas de la madrugada. Polemizaban a grito
herido sobre literatura, o sobre sus propios trabajos, que los cuatro leían.
Hacían la disección de las obras de Defoe, Dos Passos, Camus, Virginia Woolf
y William Faulkner, escritor este último de gran influencia en la
literatura de ficción de América Latina y muy especialmente en la de García
Márquez; en el famoso discurso "La soledad de América Latina", que
pronunció con motivo de la entrega del premio Nobel en 1982, el colombiano
señaló que William Faulkner había sido su maestro. Sin embargo, García Márquez
nunca fue un crítico, ni un teórico literario, actividades que, además, no
fueron de su predilección: siempre prefirió contar historias.
Álvaro Cepeda Zamudio y García Márquez
En la época del
Grupo de Barranquilla, García Márquez leyó a los grandes escritores rusos,
ingleses y norteamericanos, y perfeccionó su estilo directo de periodista, pero
también, en compañía de sus tres inseparables amigos, analizó con cuidado el
nuevo periodismo norteamericano. La vida de esos años fue de completo
desenfreno y locura. Fueron los tiempos de La Cueva, un bar que pertenecía al
dentista Eduardo Vila Fuenmayor y que se convirtió en el sitio mitológico en el
que se reunían los miembros del Grupo de Barranquilla a hacer locuras: todo era
posible allí, hasta las trompadas entre ellos mismos.
También fue la época en que vivía en pensiones de
mala muerte, como El Rascacielos, un edificio de cuatro pisos ubicado en la
calle del Crimen que alojaba también un prostíbulo. Muchas veces no tenía el
peso con cincuenta para pasar la noche; entonces le daba al encargado sus
mamotretos (los borradores de La
hojarasca) y le decía: "Quédate con estos
mamotretos, que valen más que la vida mía. Por la mañana te traigo plata y me
los devuelves".
Los miembros del Grupo de Barranquilla fundaron un periódico de vida muy
fugaz, Crónica, que según ellos sirvió para dar rienda suelta a sus inquietudes
intelectuales. El director era Alfonso Fuenmayor, el jefe de redacción Gabriel
García Márquez, el ilustrador Alejandro Obregón, y sus colaboradores fueron,
entre otros, Julio Mario Santo Domingo, Meira del Mar, Benjamín Sarta, Juan B.
Fernández y Gonzalo González.
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